jueves, 31 de diciembre de 2009

José Antonio en el discurso fundacional de Falange Española

(Discurso pronunciado en el Teatro de la Comedia de Madrid, el día 29 de octubre de 1933)Nada de un párrafo de gracias. Escuetamente, gracias, como corresponde al laconismo militar de nuestro estilo.Cuando, en marzo de 1762, un hombre nefasto, que se llamaba Juan Jacobo Rousseau, publicó El contrato social, dejó de ser la verdad política una entidad permanente. Antes, en otras épocas más profundas, los Estados, que eran ejecutores de misiones históricas, tenían inscritas sobre sus frentes, y aun sobre los astros, la justicia y la verdad. Juan Jacobo Rousseau vino a decirnos que la justicia y la verdad no eran categorías permanentes de razón, sino que eran, en cada instante, decisiones de voluntad.Juan Jacobo Rousseau suponía que el conjunto de los que vivimos en un pueblo tiene un alma superior, de jerarquía diferente a cada una de nuestras almas, y que ese yo superior está dotado de una voluntad infalible, capaz de definir en cada instante lo justo y lo injusto, el bien y el mal. Y como esa voluntad colectiva, esa voluntad soberana, sólo se expresa por medio del sufragio –conjetura de los más que triunfa sobre la de los menos en la adivinación de la voluntad superior–, venía a resultar que el sufragio, esa farsa de las papeletas entradas en una urna de cristal, tenía la virtud de decirnos en cada instante si Dios existía o no existía, si la verdad era la verdad o no era la verdad, si la Patria debía permanecer o si era mejor que, en un momento, se suicidase.Como el Estado liberal fue un servidor de esa doctrina, vino a constituirse no ya en el ejecutor resuelto de los destinos patrios, sino en el espectador de las luchas electorales. Para el Estado liberal sólo era lo importante que en las mesas de votación hubiera sentado un determinado número de señores; que las elecciones empezaran a las ocho y acabaran a las cuatro; que no se rompieran las urnas. Cuando el ser rotas es el más noble destino de todas las urnas. Después, a respetar tranquilamente lo que de las urnas saliera, como si a él no le importase nada. Es decir, que los gobernantes liberales no creían ni siquiera en su misión propia; no creían que ellos mismos estuviesen allí cumpliendo un respetable deber, sino que todo el que pensara lo contrario y se propusiera asaltar el Estado, por las buenas o por las malas, tenía igual derecho a decirlo y a intentarlo que los, guardianes del Estado mismo a defenderlo.De ahí vino el sistema democrático, que es, en primer lugar, el más ruinoso sistema de derroche de energías. Un hombre dotado para la altísima función de gobernar, que es tal vez la más noble de las funciones humanas, tenía que dedicar el ochenta, el noventa o el noventa y cinco por ciento de su energía a sustanciar reclamaciones formularias, a hacer propaganda electoral, a dormitar en los escaños del Congreso, a adular a los electores, a aguantar sus impertinencias, porque de los electores iba a recibir el Poder; a soportar humillaciones y vejámenes de los que, precisamente por la función casi divina de gobernar, estaban llamados a obedecerle; y si, después de todo eso, le quedaba un sobrante de algunas horas en la madrugada, o de algunos minutos robados a un descanso intranquilo, en ese mínimo sobrante es cuando el hombre dotado para gobernar podía pensar seriamente en las funciones sustantivas de Gobierno.Vino después la pérdida de la unidad espiritual de los pueblos, porque como el sistema funcionaba sobre el logro de las mayorías, todo aquel que aspiraba a ganar el sistema ,tenía que procurarse la mayoría de los sufragios. Y tenía que procurárselos robándolos, si era preciso, a los otros partidos, y para ello no tenía que vacilar en calumniarlos, en verter sobre ellos las peores injurias, en faltar deliberadamente a la verdad, en no desperdiciar un solo resorte de mentira y de envilecimiento. Y así, siendo la fraternidad uno de los postulados que el Estado liberal nos mostraba en su frontispicio, no hubo nunca situación de vida colectiva donde los hombres injuriados, enemigos unos de otros, se sintieran menos hermanos que en la vida turbulenta y desagradable del Estado liberal.Y, por último, el Estado liberal vino a depararnos la esclavitud económica, porque a los obreros, con trágico sarcasmo, se les decía: "Sois libres de trabajar lo que queráis; nadie puede compeleros a que aceptéis unas u otras condiciones; ahora bien: como nosotros somos los ricos, os ofrecemos las condiciones que nos parecen; vosotros, ciudadanos libres, si no queréis, no estáis obligados a aceptarlas; pero vosotros, ciudadanos pobres, si no aceptáis las condiciones que nosotros os impongamos, moriréis de hambre, rodeados de la máxima dignidad liberal". Y así veríais cómo en los países donde se ha llegado a tener Parlamentos más brillantes e instituciones democráticas más finas, no teníais más que separamos unos cientos de metros de los barrios lujosos para encontramos con tugurios infectos donde vivían hacinados los obreros y sus familias, en un límite de decoro casi infrahumano. Y os encontraríais trabajadores de los campos que de sol a sol se doblaban sobre la tierra, abrasadas las costillas, y que ganaban en todo el año, gracias al libre juego de la economía liberal, setenta u ochenta jornales de tres pesetas.Por eso tuvo que nacer, y fue justo su nacimiento (nosotros no recatamos ninguna verdad), el socialismo. Los obreros tuvieron que defenderse contra aquel sistema, que sólo les daba promesas de derechos, pero no se cuidaba de proporcionarles una vida justa.Ahora, que el socialismo, que fue una reacción legítima contra aquella esclavitud liberal, vino a descarriarse, porque dio, primero, en la interpretación materialista de la vida y de la Historia; segundo, en un sentido de represalia; tercero, en una proclamación del dogma de la lucha de clases. El socialismo, sobre todo el socialismo que construyeron, impasibles en la frialdad de sus gabinetes, los apóstoles socialistas, en quienes creen los pobres obreros, y que ya nos ha descubierto tal como eran Alfonso García Valdecasas; el socialismo así entendido, no ve en la Historia sino un juego de resortes económicos: lo espiritual se suprime; la Religión es un opio del pueblo; la Patria es un mito para explotar a los desgraciados. Todo eso dice el socialismo. No hay más que producción, organización económica. Así es que los obreros tienen que estrujar bien sus almas para que no quede dentro de ellas la menor gota de espiritualidad.No aspira el socialismo a restablecer una justicia social rota por el mal funcionamiento de los Estados liberales, sino que aspira a la represalia; aspira a llegar en la injusticia a tantos grados más allá cuantos más acá llegaran en la injusticia los sistemas liberales.Por último, el socialismo proclama el dogma monstruoso de la lucha de clases; proclama el dogma de que las luchas entre las clases son indispensables, y se producen naturalmente en la vida, porque no puede haber nunca nada que las aplaque. Y el socialismo, que vino a ser una crítica justa del liberalismo económico, nos trajo, por otro camino, lo mismo que el liberalismo económico: la disgregación, el odio, la separación, el olvido de todo vínculo de hermandad y de solidaridad entre los hombres.Así resulta que cuando nosotros, los hombres de nuestra generación, abrimos los ojos, nos encontramos con un mundo en ruina moral, un mundo escindido en toda suerte de diferencias; y por lo que nos toca de cerca, nos encontramos en una España en ruina moral, una España dividida por todos los odios y por todas las pugnas. Y así, nosotros hemos tenido que llorar en el fondo de nuestra alma cuando recorríamos los pueblos de esa España maravillosa, esos pueblos en donde todavía, bajo la capa más humilde, se descubren gentes dotadas de una elegancia rústica que no tienen un gesto excesivo ni una palabra ociosa, gentes que viven sobre una tierra seca en apariencia, con sequedad exterior, pero que nos asombra con la fecundidad que estalla en el triunfo de los pámpanos y los trigos. Cuando recorríamos esas tierras y veíamos esas gentes, y las sabíamos torturadas por pequeños caciques, olvidadas por todos los grupos, divididas, envenenadas por predicaciones tortuosas, teníamos que pensar de todo ese pueblo lo que él mismo cantaba del Cid al verle errar por campos de Castilla, desterrado de Burgos:¡Dios, qué buen vasallo si ovierá buen señor!Eso vinimos a encontrar nosotros en el movimiento que empieza en ese día: ese legítimo soñar de España; pero un señor como el de San Francisco de Borja, un señor que no se nos muera. Y para que no se nos muera, ha de ser un señor que no sea, al propio tiempo, esclavo de un interés de grupo ni de un interés de clase.El movimiento de hoy, que no es de partido, sino que es un movimiento, casi podríamos decir un antipartido, sépase desde ahora, no es de derechas ni de izquierdas. Porque en el fondo, la derecha es la aspiración a mantener una organización económica, aunque sea injusta, y la izquierda es, en el fondo, el deseo de subvertir una organización económica, aunque al subvertiría se arrastren muchas cosas buenas. Luego, esto se decora en unos y otros con una serie de consideraciones espirituales. Sepan todos los que nos escuchan de buena fe que estas consideraciones espirituales caben todas en nuestro movimiento; pero que nuestro movimiento por nada atará sus destinos al interés de grupo o al interés de clase que anida bajo la división superficial de derechas e izquierdas.La Patria es una unidad total, en que se integran todos los individuos y todas las clases; la Patria no puede estar en manos de la clase más fuerte ni del partido mejor organizado. La Patria es una síntesis trascendente, una síntesis indivisible, con fines propios que cumplir; y nosotros lo que queremos es que el movimiento de este día, y el Estado que cree, sea el instrumento eficaz, autoritario, al servicio de una unidad indiscutible, de esa unidad permanente, de esa unidad irrevocable que se llama Patria.Y con eso ya tenemos todo el motor de nuestros actos futuros y de nuestra conducta presente, porque nosotros seríamos un partido más si viniéramos a enunciar un programa de soluciones concretas. Tales programas tienen la ventaja de que nunca se cumplen. En cambio, cuando se tiene un sentido permanente ante la Historia y ante la vida, ese propio sentido nos da las soluciones ante lo concreto, como el amor nos dice en qué caso debemos reñir y en qué caso nos debemos abrazar, sin que un verdadero amor tenga hecho un mínimo programa de abrazos y de riñas.He aquí lo que exige nuestro sentido total de la Patria y del Estado que ha de servirla.Que todos los pueblos de España, por diversos que sean, se sientan armonizados en una irrevocable unidad de destino.Que desaparezcan los partidos políticos. Nadie ha nacido nunca miembro de un partido político; en cambio, nacemos todos miembros de una familia; somos todos vecinos de un Municipio; nos afanamos todos en el ejercicio de un trabajo. Pues si ésas son nuestras unidades naturales, si la familia y el Municipio y la corporación es en lo que de veras vivimos, ¿para qué necesitamos el instrumento intermediario y pernicioso de los partidos políticos, que, para unimos en grupos artificiales, empiezan por desunimos en nuestras realidades auténticas?Queremos menos palabrería liberal y más respeto a la libertad profunda del hombre. Porque sólo se respeta la libertad del hombre cuando se le estima, como nosotros le estimamos, portador de valores eternos; cuando se le estima envoltura corporal de un alma que es capaz de condenarse y de salvarse. Sólo cuando al hombre se le considera así, se puede decir que se respeta de veras su libertad, y más todavía si esa libertad se conjuga, como nosotros pretendemos, en un sistema de autoridad, de jerarquía y de orden.Queremos que todos se sientan miembros de una comunidad seria y completa; es decir, que las funciones a realizar son muchas: unos, con el trabajo manual; otros, con el trabajo del espíritu; algunos, con un magisterio de costumbres y refinamientos. Pero que en una comunidad tal como la que nosotros apetecernos, sépase desde ahora, no debe haber convidados ni debe haber zánganos.Queremos que no se canten derechos individuales de los que no pueden cumplirse nunca en casa de los famélicos, sino que se dé a todo hombre, a todo miembro de la comunidad política, por el hecho de serio, la manera de ganarse con su trabajo una vida humana, justa y digna.Queremos que el espíritu religioso, clave de los mejores arcos de nuestra Historia, sea respetado y amparado como merece, sin que por eso el Estado se inmiscuya en funciones que no le son propias ni comparta –como lo hacía, tal vez por otros intereses que los de la verdadera Religión– funciones que sí le corresponde realizar por sí mismo.Queremos que España recobre resueltamente el sentido universal de su cultura y de su Historia.Y queremos, por último, que si esto ha de lograrse en algún caso por la violencia, no nos detengamos ante la violencia. Porque, ¿quién ha dicho –al hablar de "todo menos la violencia"– que la suprema jerarquía de los valores morales reside en la amabilidad? ¿Quién ha dicho que cuando insultan nuestros sentimientos, antes que reaccionar como hombres, estamos obligados a ser amables? Bien está, sí, la dialéctica como primer instrumento de comunicación. Pero no hay más dialéctica admisible que la dialéctica de los puños y de las pistolas cuando se ofende a la justicia o a la Patria.Esto es lo que pensamos nosotros del Estado futuro que hemos de afanamos en edificar.Pero nuestro movimiento no estaría del todo entendido si se creyera que es una manera de pensar tan sólo; no es una manera de pensar: es una manera de ser. No debemos proponemos sólo la construcción, la arquitectura política. Tenemos que adoptar, ante la vida entera, en cada uno de nuestros actos, una actitud humana, profunda y completa. Esta actitud es el espíritu de servicio y de sacrificio, el sentido ascético y militar de la vida. Así, pues, no imagine nadie que aquí se recluta para ofrecer prebendas; no imagine nadie que aquí nos reunimos para defender privilegios. Yo quisiera que este micrófono que tengo delante llevara mi voz hasta los últimos rincones de los hogares obreros, para decirles: sí, nosotros llevamos corbata; sí, de nosotros podéis decir que somos señoritos. Pero traemos el espíritu de lucha precisamente por aquello que no nos interesa como señoritos; venimos a luchar porque a muchos de nuestras clases se les impongan sacrificios duros y justos, y venimos a luchar por que un Estado totalitario* alcance con sus bienes lo mismo a los poderosos que a los humildes. Y así somos, porque así lo fueron siempre en la Historia los señoritos de España. Así lograron alcanzar la jerarquía verdadera de señores, porque en tierras lejanas, y en nuestra Patria misma, supieron arrostrar la muerte y cargar con las misiones más duras, por aquello que precisamente, como a tales señoritos, no les importaba nada.Y0 creo que está alzada la bandera. Ahora vamos a defenderla alegremente, poéticamente. Porque hay algunos que frente a la marcha de la revolución creen que para aunar voluntades conviene ofrecer las soluciones más tibias; creen que se debe ocultar en la propaganda todo lo que pueda despertar una emoción o señalar una actitud enérgica y extrema. ¡Qué equivocación! A los pueblos no los han movido nunca más que los poetas, y ¡ay del que no sepa levantar, frente a la poesía que destruye, la poesía que promete!En un movimiento poético, nosotros levantaremos este fervoroso afán de España; nosotros nos sacrificaremos; nosotros renunciaremos, y de nosotros será el triunfo, triunfo que –¿para qué os lo voy a decir?– no vamos a lograr en las elecciones próximas. En estas elecciones votad lo que os parezca menos malo. Pero no saldrá de ahí vuestra España, ni está ahí nuestro marco. Esa es una atmósfera turbia, ya cansada, como de taberna al final de una noche crapulosa. No está ahí nuestro sitio. Yo creo, sí, que soy candidato; pero lo soy sin fe y sin respeto. Y esto lo digo ahora, cuando ello puede hacer que se me retraigan todos los votos. No me importa nada. Nosotros no vamos a ir a disputar a los habituales los restos desabridos de un banquete sucio. Nuestro sitio está fuera, aunque tal vez transitemos, de paso, por el otro. Nuestro sitio está al aire libre, bajo la noche clara, arma al brazo, y en lo alto, las estrellas, Que sigan los demás con sus festines. Nosotros fuera, en vigilancia tensa, fervorosa y segura, ya presentimos el amanecer en la alegría de nuestras entrañas. 

* cabe destacar que la idea de José Antonio de Estado totalitario era de un Estado de todos y para todos y no lo que hoy día se conoce por Estado totalitario (regímenes comunistas y nazi).

miércoles, 30 de diciembre de 2009

José Antonio en la reunión celebrada los días 15 y 16 de junio de 1935, en la que se decidió ir al Alzamiento Nacional

"España va irremediablemente hacia la dictadura de Largo Caballero, que será peor que la de Stalin, pues éste quiere hacer un Estado marxista y el otro ignora lo que quiere. Seremos pasto de la horda rusa, que nos arrollará, y no tenemos más remedio que ir a la guerra civil. Hoy no hay más fuerza nueva y sana que nosotros y los carlistas, y nos hace falta el apoyo material, que tenemos que buscarlo en el Ejército, al que hay que sumar a nuestro Movimiento. Sería conveniente la formación de un Frente Nacional para evitar que las elecciones las ganen las izquierdas, que tienen todas las probabilidades del triunfo. Pero con todo, como la revolución de octubre no tuvo desenlace, éste tendrá que producirse."

José Antonio habló como media hora, trazando un bosquejo, certero y pesimista, de la situación de España. Las Cortes, incapaces y gárrulas, eran impotentes para hacer frente a los problemas del país. La liquidación del Octubre rojo se consumaba con toda vileza. Y a la par, crecía la marejada izquierdista; en los medios proletarios se abría camino la idea del Frente Popular.

Haríamos concentrar en un punto próximo a la frontera portuguesa unos miles de nuestros hombres de Primera Línea. Allí serían armados. Allí aparecería a su frente un general, del que se nos ocultó el nombre. Y nos lanzaríamos a la lucha, planteando un hecho consumado a los patriotas de corazón que no tuvieran borrado el sentido del honor y de la vergüenza, bien por contacto con los grupos políticos exentos de quijotismo y de virtud heroica, o por la contaminación con las ideas antinacionales.

"No tenemos más salida que la insurrección. Hay que ir a ella, aun cuando perezcamos todos. Y mientras llega, vamos a montar una Primera Línea capaz de aguantar todos los ataques y las represalias que se nos impongan. Tenemos demasiados camaradas valientes con nosotros. Incluso me tiene intranquilo la propensión aventurera y arriscado de docenas y docenas de "camisas azules" que gustan del riesgo más de la cuenta. Si no los disciplinamos, no sólo van a dar disgustos a los marxistas. Pero con todo su ardimiento y sus defectos, ¡son tan admirables!... No iremos a un complot si no es para una cosa seria y revolucionaria y en la seguridad de que nuestra política, caso de triunfar, y nuestra apetencia revolucionaria sean las que prevalezcan. En todo caso habremos de ir sin perder el control de nuestras fuerzas, sin que se desdibujen nuestros cuadros. Mientras no se nos den las garantías más terminantes no haremos nada. Y ya verán cómo, al triunfar las izquierdas, acuden a vosotros esos mismos que ahora nos desdeñan porque tenemos pocos votos.

Las izquierdas acentuarán su sectarismo y su barbarie. Los republicanos se verán pronto desbordados por socialistas, comunistas y anarquistas. España irá hacia la revolución y el caos a velas desplegadas. Ya verán cómo el peligro nos fortalece. Fracasará de una vez y para siempre el ensayo populista. Las masas agrarias se vendrán con nosotros. Y la clase media y una minoría obrera. La misma necesidad nos hará perfeccionar nuestros cuadros. Todo depende de que conservemos la disciplina y de que no haya confusionismos peligrosos. Tengan en cuenta que únicamente las minorías son las que hacen la Historia y las revoluciones. Entre los militares cada día tenemos más ambiente. En Africa hay ya una organización clandestina magnífica, que está en muy buenas manos. Sin nosotros, nadie podrá hacer nada práctico. No podemos esperar a que las cosas se pongan a nuestro gusto. Si hay que caer no olviden que será por España. ¿Es que no han caído nuestros mejores? Lo que hizo Matías Montero ¿no debo hacerlo yo, que era su jefe? ¿Y Carrión, y Pérez Almeida, y todos los demás?"

Analizó la situación política de España, los derroteros del Gobierno y los nuevos avances de la subversión marxista, quedando acordado que la Falange comparecería en la futura contienda electoral para hacer propaganda y nada más, pero, al mismo tiempo, se orientaría incesantemente a la proyección y preparación de un Alzamiento armado, considerado ya ineludible.

"Yo os digo que en las próximas elecciones el triunfo será de las izquierdas y que Azaña volverá al Poder. Y entonces a nosotros se nos plantearán días tremendos, que habremos de soportar con la máxima entereza. Pero creo que en vez de esperar la persecución con los brazos cruzados debemos ir al Alzamiento contando, a ser posible, con los militares, y si no, nosotros solos. Tengo el ofrecimiento de 10.000 fusiles y un general. Medios no nos faltarán. Nuestro deber es ir, por consiguiente, y con todas las consecuencias, a la guerra civil."

Se hizo recuento de fuerzas que en determinadas circunstancias actuarían. José Antonio habló de la actitud de ciertos generales. Indicó que el que más simpatía contaba en el país y más confianza inspiraba era Franco. Mencionó por vez primera a Yagüe, a Moscardó, a los activistas afiliados al Movimiento en las plazas africanas. Y se refirió a otros, especialmente a Mola y Goded, con los que ya había hablado en el verano de 1934.

Acordado el Movimiento armado como única solución, José Antonio afirmó que este acuerdo debía asentarse en una gran propaganda sindical en las bases. "Nos podremos adueñar del Poder, pero jamás del Pueblo si no hacemos la verdadera revolución."

Por último, se acordó penetrar en el Ejército por medio de una organización competente y responsable como era la "U.M.E." (Unión Militar Española)

martes, 29 de diciembre de 2009

Carta de José Antonio al General Franco sobre la revolución que se avecina

«Mi general: Tal vez estos momentos que empleo en escribirle sean la última oportunidad de comunicación que nos quede; la última oportunidad que me queda de prestar a España el servicio de escribirle. Por eso no vacilo en aprovecharla con todo lo que, en apariencia, pudiera ella tener de osadía. Estoy seguro de que usted, en la gravedad del instante, mide desde los primeros renglones el verdadero sentido de mi intención y no tiene que esforzarse para disculpar la libertad que me tomo.

»Surgió en mí este propósito, más o menos vago, al hablar con el ministro de la Gobernación hace pocos días. Ya conoce usted lo que se prepara: no un alzamiento tumultuario, callejero, de esos que la Guardia Civil holgadamente reprimía, sino un golpe de técnica perfecta, con arreglo a la escuela de Trotsky, y quién sabe si dirigido por Trotsky mismo (hay no pocos motivos para suponerlo en España). Los alijos de armas han proporcionado dos cosas: de un lado, la evidencia de que existen verdaderos arsenales; de otro, la realidad de una cosecha de armas risible. Es decir, que los arsenales siguen existiendo. Y compuestos de armas magníficas, muchas de ellas de tipo más perfecto que las del Ejército regular. Y en manos expertas que, probablemente, van a obedecer a un mando peritísimo. Todo ello dibujado sobre un fondo de indisciplina social desbocada (ya conoce usted el desenfreno literario de los periódicos obreros), de propaganda comunista en los cuarteles y aun entre la Guardia Civil, y de completa dimisión, por parte del Estado, de todo serio y profundo sentido da autoridad. (No puede confundirse con la autoridad esa frívola verborrea del ministro de la Gobernación y sus tímidas medidas policíacas, nunca llevadas hasta el final.) Parece que el Gobierno tiene el propósito de no sacar el Ejército a la calle si surge la rebelión. Cuenta, pues, con la Guardia Civil y con la Guardia de Asalto. Pero, por excelentes que sean todas esas fuerzas, están distendidas hasta el límite al tener que cubrir toda el área de España en la situación desventajosa del que, por haber renunciado a la iniciativa, tiene que aguardar a que el enemigo elija los puntos de ataque. ¿Es mucho pensar que en lugar determinado el equipo atacante pueda superar en número y armamento a las fuerzas defensoras del orden? A mi modo de ver, esto no era ningún disparate. Y, seguro de que cumplía con mi deber, fui a ofrecer al ministro de la Gobernación nuestros cuadros de muchachos por si llegado el trance quería dotarlos de fusiles (bajo palabra, naturalmente, de inmediata devolución) y emplearlos como fuerzas auxiliares. El ministro no sé si llegó siquiera a darse cuenta de lo que le dije. Estaba tan optimista como siempre, pero no con el optimismo del que compara conscientemente las fuerzas y sabe las suyas superiores a las contrarias, sino con el de quien no se ha detenido en ningún cálculo. Puede usted creer que cuando le hice acerca del peligro las consideraciones que le he hecho a usted, y algunas más, se le transparentó en la cara la sorpresa de quien repara en esas cosas por primera vez.

»Al acabar la entrevista no se había entibiado mi resolución de salir a la calle con un fusil a defender a España, pero sí iba ya acompañada de la casi seguridad de que los que saliéramos íbamos a participar dignamente en una derrota. Frente a los asaltantes del Estado español probablemente calculadores y diestros, el Estado español, en manos de aficionados, no existe.

»Una victoria socialista, ¿puede considerarse como mera peripecia de política interior? Sólo una mirada superficial apreciará la cuestión así. Una victoria socialista tiene el valor de invasión extranjera, no sólo porque las esencias del socialismo, de arriba abajo, contradicen el espíritu permanente de España; no sólo porque la idea de patria, en régimen socialista, se menosprecia, sino porque de modo concreto el socialismo recibe sus instrucciones de una Internacional. Toda nación ganada por el socialismo desciende a la calidad de colonia o de protectorado.

»Pero además, en el peligro inminente hay un elemento decisivo que lo equipara a una guerra exterior; éste: el alzamiento socialista va a ir acompañado de la separación, probablemente irremediable, de Cataluña. El Estado español ha entregado a la Generalidad casi todos los instrumentos de defensa y le ha dejado mano libre para preparar los de ataque. Son conocidas las concomitancias entre el socialismo y la Generalidad. Así, pues, en Cataluña la revolución no tendría que adueñarse del poder: lo tiene ya. Y piensa usarlo, en primer término, para proclamar la independencia de Cataluña. Irremediablemente, por lo que voy a decir. Ya que, salvo una catástrofe completa, el Estado español podría recobrar por la fuerza el territorio catalán. Pero aquí viene lo grande: es seguro que la Generalidad, cauta, no se habrá embarcado en el proyecto de revolución sin previas exploraciones internacionales. Son conocidas sus concomitancias con cierta potencia próxima. Pues bien: si se proclama la República independiente de Cataluña, no es nada inverosímil, sino al contrario, que la nueva República sea reconocida por alguna potencia. Después de eso, ¿cómo recuperarla?. El invadirla se presentaría ya ante Europa como agresión contra un pueblo que, por acto de autodeterminación, se había declarado libre. España tendría frente a sí no a Cataluña, sino a toda la anti-España de las potencias europeas.

»Todas estas sombrías posibilidades, descarga normal de un momento caótico, deprimente, absurdo, en el que España ha perdido toda noción de destino histórico y toda ilusión por cumplirlo, me ha llevado a romper el silencio hacia usted con esta larga carta. De seguro, usted se ha planteado temas de meditación acerca de si los presentes peligros se mueven dentro del ámbito interior de España o si alcanzan ya la medida de las amenazas externas, en cuanto comprometen la permanencia de España como unidad. Por si en esa meditación le fuesen útiles mis datos, se los proporciono. Yo, que tengo mi propia idea de lo que España necesita y que tenía mis esperanzas en un proceso reposado de madurez, ahora, ante lo inaplazable, creo que cumplo con mi deber sometiéndole estos renglones. Dios quiera que todos acertemos en el servicio de España.

»Le saluda con todo afecto, José Antonio Primo de Rivera.»

Lecciones de José Antonio a los obreros españoles

Por Pedro Laín Entralgo (“DOLOR Y MEMORIA DE ESPAÑA” Ediciones Jerarquía, 1.939. Págs. 20 a 23)


Camaradas: Detened por unos minutos el duro trabajo de vuestras manos; detenedlo y oíd, porque hace dos años mataron en Alicante a un hombre que se llamaba José Antonio Primo de Rivera.

Seguramente, ninguno de vosotros lo conocía. Muchos, ni siquiera habéis oído hablar de él hasta que, con la guerra, se derramó la Falange por toda la tierra de España. Algunos, tal vez, todavía conservéis en vuestros oídos el recuerdo de cuando le llamaban " señorito fascista " o " representante del capitalismo " por quienes decían hablar en nombre de la conciencia proletaria. A todos van dirigidas estas palabras: a los que no le conocíais y a los que oísteis palabras de odio contra él. Sólo se os pide una cosa que vosotros, obreros españoles, no podéis negar nunca: escuchar con silencio y con respeto lo que fue para España y para vosotros un hombre que consagró su vida, hasta darla entera, por un ideal alto y profundo.

Le oísteis llamar " señorito fascista ". ¿Recordáis lo que con estas palabras se pretendía despertar en vosotros, cuando los que se decían vuestros jefes las pronunciaban? " Señorito fascista " es el que no trabaja, el enemigo del obrero, el que trata de paralizar la revolución proletaria para continuar su vida cómoda y sus lucrativos negocios. ¿Recordáis, camaradas? ¡Cuántos hermanos vuestros y nuestros empuñaron las pistolas en aquel Madrid de los años 35 y 36, cuando los mejores hombres de José Antonio vendían su periódico o gritaban sus consignas! Pero lo que no habéis sabido nunca es la contestación que él dio a estos ataques, no sólo como hombre entero y generoso, sino como jefe de una organización política. Oíd sus palabras, copiadas a la letra de las que él escribió por su mano: “Los obreros son sangre y suero de España, son parte de los nuestros. No les creáis enemigos aunque griten contra nosotros, aunque nos apedreen, aunque sean capaces de disparar contra nosotros. No, camaradas, no son enemigos todos los que os miran con malos ojos cuando voceáis nuestro periódico, cuando repartís nuestras hojas. Son parte misma de nuestra Falange.”

" Llegará un día en que todos los españoles nos abracemos con sincera emoción; un día a partir del cual ya no caerán más muertos, ya no habrá más luchas, ya no habrá más partidos. Ese día veréis, camaradas, cómo todos los que ahora consideráis enemigos levantan su brazo en signo de amor, en signo de Imperio, y también veréis como ese frente rojo -ese poeta revolucionario, ese chulito comunista, ese banquero socialista- huye otra vez a sus antiguos menesteres de vicio, podredumbre y degeneración. "

Para nosotros era el amor y la esperanza, aunque con odio momentáneo algún obrero fuese capaz de disparar su pistola con ánimo de herir. El desprecio y la lucha violenta no podían dirigirse contra el albañil o el peón, que dejaban en casa muchas veces una familia honrada o tal vez la triste rabia de un mes sin trabajo; el desprecio y la lucha iban contra el escritorcillo comunista que se dedicaba a hablaros de Lenin desde su confortable redacción de periódico, o desde el café burgués; o contra el banquero capitalista y amigo de Prieto, que con la red de sus empresas anónimas hurtaba toda presencia y todo dolor propios de su negocio; el mismo que te trataba como un número en la fábrica o en el taller. No, camarada: José Antonio vino a la política de España para enseñar a todos que el obrero es, simplemente, un hombre y un español. Por ser un hombre necesita una vida decorosa y digna que le libere de servir como esclavo a cualquier tinglado capitalista de los que trajo como consecuencia el liberalismo económico y convirtieron a los obreros en un rebaño injustamente asalariado, o a cualquier tinglado comunista de los que ha traído como consecuencia el socialismo de Marx y Lenin, y ha convertido al obrero, cuando más, en la máquina con ambición y sin esperanza que es el " stajanovista ". Por ser un español, tiene que rehusar la revolución internacional que le brinda el socialismo y la revolución comunista que le ofrece el imperio soviético; porque su misión está en hacer una revolución más nueva y más honda, más alegre y más humana, más justa y más entera: la "Revolución Nacional Española".

¿Quién nos dijo que José Antonio y sus hombres eran asalariados del capitalismo o que luchaban por las calles o por las serranías como la avanzadilla táctica del capital antirrevolucionario? Es seguro que ninguno de vosotros conocía estas palabras promulgadas por la mano y el corazón de José Antonio como norma, primero de sus hombres y ahora -por decisión alta e irrevocable del Caudillo Franco- para todas las gentes y para todos los años de España. He aquí las palabras de José Antonio, que cuantos vestimos camisa azul hacemos nuestra ley:

"Repudiamos el sistema capitalista, que se desentiende de las necesidades populares, deshumaniza la propiedad privada y aglomera a los trabajadores en masas informes, propicias a la miseria y a la desesperación. "

Esto, camaradas, no es retórica ni afán de engaño; no es una falsa bandera para atraer incautos ni una táctica nueva del propio capitalismo. ¿No recordáis quiénes eran los enemigos de José Antonio y de la Falange antes de la guerra? Por un lado, es cierto, las organizaciones llamadas proletarias, dentro de las cuales unos jefes a cubierto empujaban a la huelga o al atentado a gente humilde que sólo encontraba como fruto un balazo o un arresto. Pero, por el otro lado, estaba aquel capitalismo torpe y sucio de los radicales o aquella enemiga sorda de las derechas, que veían a José Antonio como adversario de su tranquilidad y de su lucro, y le condenaban al silencio de sus periódicos o clausuraban sus centros cuando gobernaron con la C.E.D.A.

El jefe socialista era enemigo suyo: sabía que José Antonio predicaba una revolución nueva, que recogía cuanto de bueno pudieran tener las reivindicaciones materiales del marxismo y le privaba de su desarraigo humano y patrio; esa revolución por la cual el obrero pasa a ser un peón en la máquina fría del Estado y un número sin color, ni ambición, ni alegría que pueda llamar de veras suya, sobre el llanto inmenso del mundo. El jefe derechista, por el contrario, hablaba mucho de patria, familia, religión; tenía siempre en la boca conceptos sagrados y solemnes, pero se desentendía de la desesperación del paro forzoso, y de las noches sin lumbre ni intimidad del arrabal, y de la inmensa tristeza resignada del campesino encorvado sobre surco ajeno; ese jefe derechista era también enemigo de José Antonio porque temía la Revolución decidida, joven y alegre que José Antonio proclamó. ¿Cuántos de vosotros habríais quedado sin formar en sus filas de haber sabido antes que José Antonio os llamaba simplemente para convertir vuestro sindicalismo en nacional y vuestra Revolución en Española? Yo os aseguro que cuantos sentís honradez y hombría en el fondo de vuestro corazón hubieseis estado entre sus hombres y habéis de estarlo con los que ahora continúan en espíritu y disciplina, bajo el mando del Caudillo, la obra que comenzó. Vosotros sabéis acaso que José Antonio fue juzgado en Alicante; lo que sin duda no os ha dicho nadie es esto que él mismo cuenta en su testamento:

"Ayer, por última vez, expliqué ante el Tribunal que me juzgaba lo que es la Falange. Como en tantas ocasiones, repasé y aduje los viejos textos de nuestra doctrina familiar. Una vez más observé que muchísimas caras al principio hostiles se iluminaban primero con el asombro y luego con la simpatía. En sus rasgos me aparecía leer esta frase: " ¡Si hubiésemos sabido que era esto, no estaríamos aquí! " Y ciertamente, no hubiéramos estado allí, ni yo ante un Tribunal popular ni otros matándose por los campos de España. No era ya, sin embargo, la hora de evitar esto y yo me limité a retribuir la lealtad y la valentía de mis entrañables camaradas, ganando para ellos la atención respetuosa de sus enemigos. "

Y más todavía estaríais con él y con su doctrina, de haber vivido como obreros en el otro campo. ¿Qué ha sucedido en la zona roja, donde se os prometía el triunfo completo de la revolución proletaria, y con ella el de todas las posibles reivindicaciones obreras? Mirad: las organizaciones de la C.N.T. han sido deshechas y sus jefes cazados como malhechores -¿Os acordáis de Pasajes, de Arnedo, de Casas Viejas, de Fígols?- por los mismos guardias de Asalto del capitalismo republicano, sobre el asfalto de las calles de Barcelona; el P.O.U.M. ha sido materialmente aniquilado y sus hombres juzgados por los tribunales de Negrín con la misma saña que si fuesen " fascistas "; los grupos comunistas arrastran por los ministerios su descontento de ver que el gobierno dirige más sus miradas a la burguesa Francia que a la prometida Rusia; los socialistas puros contemplan a Largo Caballero, desplazado y perseguido, y las juventudes unificadas empujadas hacia el frente por unos dirigentes a quienes molestan; y, mientras tanto, en los pueblos, en las casas humildes de la ciudad, en todas partes, el hambre, la miseria y la desesperación, las colas para conseguir unos gramos de pan y los precios fabulosos, para los que ningún jornal basta.

Allá, en la zona roja, ha fracasado la revolución que llamaban proletaria. Nosotros, los nacionalsindicalistas que seguimos a José Antonio y a Franco, apenas hemos comenzado la nuestra. A ella nos llamamos con el mismo fervor hondo del que murió, y con toda la fuerza militar del que ahora nos manda. Hemos de ir todos juntos hacia la grandeza de España, por la cual serán libres y fuertes todos los españoles: obreros y estudiantes, combatientes y campesinos. Lo mismo que hace tres años gritaba la Falange:

"Basta de izquierdas y derechas. Basta de egoísmos capitalistas y de indisciplina proletaria. Ya es hora de que España unida, fuerte y resuelta, recobre el timón de sus grandes destinos. Eso quiere y para eso os llama a todos la Falange Española de las J.O.N.S. Estudiantes, campesinos, labradores, trabajadores, gentes mozas de cuerpo y espíritu: desdeñad los llamamientos que os lanzan desde un lado el odio y desde otro lado el egoísmo y la pereza; agrupaos bajo nuestra bandera, que es la bandera liberadora de la revolución nacionalsindicalista."

Cuando la guerra acabe y vengan de los frentes nuestros camaradas; cuando lleguen a nuestro campo los hombres honrados que equivocadamente luchan en el otro; cuando desaparezcan para siempre la lucha torpe y suicida de lo que el liberalismo llamó derechas e izquierdas, entonces se abrirán nuestros ojos a la luz que en años anteriores había empeño en ocultaros. No os queremos marxistas, porque nuestra Revolución ha de ser española y no rusa; pero mucho menos os queremos domesticados, sin vigor ni rabia. Os queremos según el espíritu de esto que escribió José Antonio:

"El socialismo quiere ser materialista y cae casi siempre en un espiritual misticismo confuso y delirante. Las derechas acumulan todas las señales de un espiritualismo aparencial, hablando de la religión, la tradición, la patria o la familia, pero espiritualismo huye por tortuosos caminos materialistas y capitalistas, con su secuela de egoísmo y corrupción moral. Las derechas que quieren ser espiritualistas y caen casi siempre en un materialismo, en un egoísmo obtuso y bajo. Las izquierdas en general son el error, y las derechas la falsificación. Las izquierdas se valen de grandes mentiras para defender el gran fondo de verdad y justicia que se opone a las injusticias sociales; las derechas se valen de grandes verdades para defender el gran fondo de mentira e injusticia que se opone a la verdad y justicia sociales. "

Os llamamos en nombre de José Antonio el que murió sin que le conocierais, y de Franco, el que os ha prometido ganar la misma revolución nacional. Venid a nosotros con el mismo vigor revolucionario de siempre. Para vencer para siempre el capitalismo liberal, ahora que se vence en el campo de batalla al marxismo internacional y deshumanizado, os llamamos a nuestras filas. Para que juntos obreros y campesinos, estudiantes y soldados, para que todos los hombres jóvenes de España podamos hacerla grande y libre, gritad conmigo:

¡Por la Patria, el Pan y la Justicia!

¡Arriba el Caudillo!

¡Arriba España!

lunes, 28 de diciembre de 2009

Primera actualización del blog

Empezamos con una cita de uno de los mejores españoles de la Historia, que se dice pronto.

Ojalá fuera la mía la última sangre española que se vertiera en discordias civiles. Ojalá encontrara ya en paz el pueblo español, tan rico en buenas cualidades entrañables, la Patria, el Pan y la Justicia.

José Antonio Primo de Rivera (20 de noviembre de 1936, momentos antes de ser fusilado por las hordas rojas)


España no se justifica por tener una lengua, ni por ser una raza, ni por ser un acervo de costumbres, sino que España se justifica por su vocación imperial para unir lenguas, para unir razas, para unir pueblos y para unir costumbres en un destino universal; que España es mucho más que una raza y mucho más que una lengua, porque es algo que se expresa de un modo del que estoy cada vez mas satisfecho, porque es una unidad de destino en lo universal.

(Discurso en el parlamento, 30 de noviembre de 1934)